lunes, 11 de julio de 2011

Sudán del Sur: nuevo país, mismos retos

Si un país cuenta con grandes reservas petrolíferas, tierras de cultivo y una posición geopolítica privilegiada, lo lógico sería pensar que se trata de un país rico, con una economía consolidada debido a la explotación de sus recursos naturales. Sin embargo, no es ninguna novedad comprobar que muchos países con un gran potencial económico son víctimas de la avaricia, intolerancia y egoísmo del hombre. Es el caso de Sudán.

Durante 50 años luchó contra el poder egipcio y británico colonial y desde su independencia en 1956 ha sufrido dos largas guerras civiles donde más de 2 millones de personas perdieron la vida en un conflicto motivado, además de por razones económicas, por problemas étnicos y religiosos.

El pasado 9 de julio, Sudán volvió a ser noticia. Esta vez no por sus conflictos bélicos o la miseria de su población, sino por la independencia de la zona sur del país y la consiguiente creación de un nuevo estado: Sudán del Sur.

La secesión ha dibujado, así, un nuevo mapa del país. Al norte, queda un Sudán más pequeño con capital en Jartum y una población dominada por árabes egipcios y africanos negros arabizados. En la zona meridional, el recién estrenado país Sudán del Sur, con capital en Juba, donde vive una mayoría de africanos negros no árabes.

Décadas de lucha y represión islámica

La independencia de Sudán del Sur ha sido el resultado de un largo camino que vio sus frutos tras el proceso de paz iniciado en 2005, que ponía fin a la guerra civil más prolongada y sangrienta de África.

El conflicto bélico estalló en 1983, el mismo año en el que el presidente de entonces, Numeiri, introdujo la ley Sharia con el objetivo de imponer la doctrina islámica. El descontento popular se hizo evidente ya que en Sudán conviven diversos grupos étnicos y religiosos, destacando los sunís musulmanes que constituyen el 70% de la población, los africanos animistas con un 25% y cristianos, 5%. A este descontento hay que sumar las desigualdades creadas durante el colonialismo, ya que las inversiones se inyectaron en la zona norte olvidando la sur, lo que dejó una herencia de desigualdades que a partir de entonces no se ha superado.

Tras décadas de lucha por parte de grupos ‘rebeldes’ no musulmanes contra el poder musulmán, y bajo la presión diplomática de EEUU, Europa, África y China; el gobierno dio el visto bueno al referéndum celebrado el pasado mes de enero donde un 99% de la población votó a favor de la independencia del sur de Sudán. La guerra había sido demasiado larga y devastadora: más de un millón de muertos, una deuda externa de 38 billones de dólares por la compra de armas y un conflicto paralelo en Darfur, que aun sigue en curso, causado por motivos raciales. El conflicto en Darfur es especialmente sangriento: violaciones como arma de guerra, torturas, 400.000 víctimas y miles de refugiados adentrados en la vecina Chad constituyen horribles ejemplos de una brutalidad denunciada por la ONU y por la que el presidente Al Bashir ha sido acusado de crímenes de guerra, contra la humanidad y genocidio.

Tras la independencia continúa el horror

A pesar del importante paso para su autogestión, la independencia de la zona sur de Sudán no ha resuelto todos los problemas. En primer lugar, aun no hay acuerdos con respecto al petróleo (localizado en la zona sur pero transportado a través de un oleoducto hacia el norte) o la división de fronteras en puntos “calientes” como la región limítrofe de Abyei, una zona rica en petróleo anexionada por el norte en mayo aunque la mayoría de sus habitantes están aliados con el sur.

Según la revista Time, el resultado de la secesión ha sido la creación de dos estados débiles y más conflicto. Tras la independencia, el gobierno de Jartum (norte de Sudán) está llevando a cabo una campaña de terror para forzar a los rebeldes y civiles no musulmanes su huida al país del sur. Los rebeldes y bolsas de población “no deseadas” en zonas como montañas de Nuba o Kordofan del Sur (también rica en petróleo), están siendo el objetivo de ataques aéreos indiscriminados que bien podrían definirse como crímenes contra la humanidad.

En Sudán del Sur las cosas no están mejor. La lucha por la explotación de recursos petrolíferos no solo se manifiesta ente el norte y el sur, sino también entre milicias armadas y los Dinkas, que conforman el mayor grupo étnico de la zona. Las milicias están asentadas en zonas ricas en petróleo y denuncian al nuevo gobierno del sur (representado por el partido SPLM) que son dominados injustamente por los Dinkas.

A este conflicto de intereses hay que añadir la corrupción, la concentración del poder político en el gobierno central y el control de más de la mitad de la economía por parte de su brazo armado, el SPLA. La falta de recursos se traduce en un 85% de la población analfabeta y un 90% de la población que vive con menos de un dólar al día.

Son tantos los problemas que lastran a Sudán que es fácil perder las esperanzas en un futuro sin violencia ni miseria. Sin embargo, hay que reconocer que la independencia es al menos un símbolo, algo a lo que acogerse tras tantos años de lucha, represión y muertes que, previsiblemente, aún están lejos de quedar en el recuerdo.

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