viernes, 12 de agosto de 2011

¿Qué está pasando en Inglaterra?



Son las 11 de la noche y estoy tan cansada que me tumbo en la cama, cierro los ojos y, sin más, empiezo a soñar. De repente, me encuentro en una casa antigua, enorme, más que una casa diría que es una mansión. Allí vive gente que conozco, pero no en la vida real, sino en mis sueños. Abro una ventana y, ante mí, veo un prado verde y unas cuantas vacas pastando en mitad de un día gris, qué mejor imagen de Inglaterra. Sin embargo, un nuevo elemento irrumpe en mi idílico paisaje. Se trata de un helicóptero, un pájaro de metal que se dirige, veloz, hacia mi ventana. No tengo tiempo para salir corriendo. El helicóptero se acerca y su ruido ensordecedor impide que oiga mis propios gritos…

Me despierto con el alivio de comprobar que se trata de un sueño. Rápidamente olvido los detalles de la pesadilla, aunque todavía resuena el zumbido del helicóptero en mi cabeza. Después de 15 minutos de zumbido me doy cuenta de que no es mi imaginación: un helicóptero está sobrevolando nuestro barrio. No sé si es por el sueño o por el helicóptero, pero ya no puedo quedarme dormida.

A la mañana siguiente me levanto con dolor de cabeza. Necesito un café. Bajo las escaleras hacia la cocina y cuando entro me doy cuenta de que la tele está encendida, a pesar de que no hay nadie que la vea. Me dispongo a apagarla, pero una sucesión imágenes me atrapa provocando que olvide hasta mi café: calles en llamas, encapuchados destrozando escaparates, chavales tirando botellas a un grupo de policías, una banda de jóvenes (blancos y negros) asaltando una tienda de productos electrónicos… Las imágenes se suceden y yo no puedo despegarme de la pantalla. Tres días después, sigo pendiente de la televisión:

Veo a David Cameron, primer ministro británico, con cara de pocos amigos diciendo que los disturbios nos han hecho ver lo peor de Inglaterra.

Escucho a otra mujer, con la misma cara de pocos amigos, quejándose de los recortes del presupuesto policial que fueron anunciados meses atrás por el gobierno británico.

Observo cómo decenas de policías huyen ante una avalancha de jóvenes furiosos que lanzan todo tipo objetos contra ellos.

Escucho la posibilidad de traer al ejército.

Veo a un anciano preguntándose por qué ha pasado todo esto, intentando descifrar los errores de un sistema que ha permitido que miles de jóvenes destrocen su comunidad.

Veo la foto de un negro, supuestamente asesinado por la policía, y motivo por el que empezaron las revueltas en las calles de Londres.

Escucho que los disturbios se han extendido a otras ciudades como Birmingham, Manchester, Liverpool o Bristol.

Observo cómo un par de jóvenes inicialmente ayudan a un herido desorientado para después robarle lo que tiene en la mochila.

Veo hindúes limpiando sus tiendas de alimentación, destrozadas tras las revueltas callejeras.

Escucho a un policía aconsejando a los padres que mantengan a sus adolescentes en casa durante la oleada de violencia.

Me entero de que otras tres personas han muerto por las revueltas en Birmingham.

Leo en la pantalla que más de 1000 personas han sido detenidas.

Escucho a otro policía decir que hace treinta años, Inglaterra se vio envuelta en una serie de disturbios que alzaron a la opinión pública la cuestión del racismo, pero que las revueltas de estos días son simple y llanamente actos criminales sin ningún tipo de justificación.

Escucho a un hombre visiblemente emocionado, gritando a la cámara que los disturbios significan la insurrección de las masas ante la diferencia abismal entre clases y el recorte de gastos sociales.

Veo a un joven encapuchado, dejando atrás un establecimiento saqueado, con una televisión de plasma entre sus brazos.

Escucho decenas de veces las expresiones “gang culture” (cultura de bandas) y “pérdida de valores” en una sociedad cada vez mas materialista dominada por el eres lo que tienes.

Apago la tele y salgo a la calle. Paseando por Bristol, intento sacar conclusiones de lo que he visto y escuchado, pero todo sigue confuso. Mis pensamientos giran como las aspas del helicóptero que no me dejaba dormir días atrás y, cuanto más consciente soy de que no entiendo nada, mayor es la sensación de tristeza que se apodera de mí. Siento pena, mucha pena por ver como cientos de jóvenes destrozan, roban y atacan sin el más mínimo atisbo de arrepentimiento o culpa. Siento pena por todos los que no pueden dar nada mejor de sí. Por ver a tanto joven desorientado, sin voz y sin futuro.

Mientras que la clase política británica, la élite formada en centros de renombre como Oxford o Cambridge, trata de descifrar qué esta pasando en su país, aquellos que han formado parte de las revueltas siguen pensando que no tienen nada que perder. Ignorados y ahora odiados, quizás es más de lo que ellos esperan de sí mismos.

lunes, 8 de agosto de 2011

La amenaza del terrorismo de extrema derecha

Pocas veces Noruega ha protagonizado la primera línea informativa. Considerado como un país tranquilo, claro ejemplo de estado de bienestar, con una economía próspera y una tasa de desempleo de menos del 4%; Noruega se ha mantenido lejos de los titulares catastrofistas. Por eso, cuando el pasado 23 de julio nos enteramos de la explosión de un coche bomba en Oslo y un tiroteo en la isla de Utoya, muchos se sorprendieron y una pregunta se hizo inevitable ¿por qué Noruega?

El continuo bombardeo mediático acerca de la amenaza del terrorismo islámico y el ‘modus operandi’ del primer ataque (explosión de una bomba frente a un edificio gubernamental en pleno centro de Oslo) fueron más que suficientes para que aquellos con impaciencia para encontrar respuestas –entre los que yo me incluyo- rápidamente apuntaran a la yihad terrorista. Sin embargo, las dudas comenzaron cuando fuimos informados de la masacre que había ocurrido en la isla de Utoya, donde un grupo de jóvenes pertenecientes a las Juventudes Socialistas pasaban unos días en el tradicional campamento de verano del partido. Un individuo –de piel blanca, pelo rubio, ¿noruego?- había irrumpido en la isla para llevar a cabo un tiroteo indiscriminado que acabó con la vida de 69 personas, la mayoría jóvenes adolescentes. Junto con la explosión de Oslo, donde murieron 8 personas, la cifra alcanzó un total de 77 víctimas mortales.

Tras el arresto de Anders Behring Breivik, el individuo que llevó a cabo la doble masacre en Noruega, los interrogantes comenzaron a disiparse. El asesino, un noruego fanático de extrema derecha y anti-islamista de 32 años, dejaba a la yihad fuera de juego para poner en evidencia una nueva amenaza: el ascenso de la extrema derecha como nueva forma de terrorismo.

Si bien aun no se conoce la salud mental de Breivik, lo que está claro es que su plan fue elaborado
concienzudamente con el fin de efectuar una campaña de marketing para difundir sus ideas de extrema derecha. Su manifiesto –colgado en Internet y enviado masivamente vía email antes
de los atentados- lo explica todo: desde la justificación de los atentados basándose en una imaginaria invasión islamista de Europa hasta la preparación de las bombas, pasando por una entrevista hecha a sí mismo y un diario previo a los atentados. En este mismo manifiesto, el terrorista dice que no está solo en su peculiar cruzada contra el islam, lo que debería alertarnos ante la perspectiva de grupos organizados que comparten su odio por el islamismo, la inmigración y el conservadurismo cultural llevado al extremo.

El auge de los partidos xenófobos en Europa

La ideología plasmada en el macabro manifiesto escrito por el asesino toma su base en los partidos de extrema derecha, los cuales han proliferado en Europa en los últimos años. La rápida inmigración experimentada en los países económicamente desarrollados (algunos han cambiado su composición étnica con hasta un 30% de inmigrantes no occidentales) y la falta de políticas eficaces para su integración, han dado paso al miedo, la generación de conflictos y al rechazo del “multiculturalismo” como respuesta a los fuertes cambios demográficos.

La derecha radical europea ha encontrado su filón en este rechazo a la inmigración y, con un discurso nacionalista y populista, ha ido ganando cada vez más adeptos. Así, en Noruega, el Partido del Progreso (donde militó el autor confeso de la matanza) se convirtió en la segunda fuerza del país en 2009. En la vecina Suecia, la expulsión de los inmigrantes centra el discurso político del partido Democratas Suecos, cuya afiliación aumentó en 4.571 personas en 2010, lo que representa un aumento del 26% anual.

En Francia, el discurso anti-islam ha llevado al Frente Nacional de Le Pen a ocupar la tercera fuerza política del país. La “islamofobia” también ha ganado terreno en Holanda y encuentra su cobijo en el tercer grupo político con mayor representación del país, el partido de la Libertad. La derecha radical también constituye la tercera fuerza en Finlandia y Dinamarca.

Terrorismo de extrema derecha

Aunque todavía no se sabe si el terrorista actuó solo o no, sí está claro que ha encontrado cobertura ideología en los partidos de extrema derecha “institucional”, cada vez más visibles en Europa, y en otros grupos extraparlamentarios: los llamados grupos neonazis o bandas racistas. La diferencia básica entre ambos es que los primeros condenan la violencia mientras que los segundos ven en ella la vía para vencer a los “enemigos” inmigrantes. Estos grupos violentos no tienen representación institucional (puesto que precisamente tratan de destruir la democracia) y su tendencia a transformarse y disolverse hace difícil su rastreo. No obstante, el lado “radical” de la extrema derecha si está visible en Internet, en páginas web y foros de discusión donde comparten sus ideas xenófobas, anti-socialistas y paranoides en contra de todo gobierno democrático.

El acusado de la matanza en Noruega participaba frecuentemente en este tipo de plataformas y, tras su primera comparecencia ante la justicia, dijo que tenía cómplices y vínculos con dos células de su “organización”. ¿Significa esto que Breivik formaba parte de un grupo terrorista organizado? De momento, la policía descarta esta hipótesis y las últimas informaciones apuntan a que el asesino actuó de forma autónoma.

Que el terror sea infundado individualmente o bajo el cobijo de un grupo terrorista organizado, no cambia que este doble atentado en Noruega forme parte de un terrorismo de extrema derecha, el cual nos recuerda al tiroteo ocurrido el pasado 8 de enero en Arizona, cuando Jared Lee Loughner disparó contra una multitud congregada en un acto del partido demócrata, matando a 6 personas e hiriendo gravemente a mas de una decena, entre ellas, la congresista demócrata Gabrielle Griffords.

En lo que va de año hemos sido testigos de dos actos terroristas perpetrados por fanáticos que se alimentan de la ideología de la derecha más radical, ¿hará falta más terror para que se empiece a tomar conciencia del peligro que suponen? Al igual que la clase política y los medios de comunicación nos han alertado de la amenaza de Al Qaeda, ahora tienen una oportunidad de oro para denunciar esta nueva forma de terrorismo y fomentar el debate público sobre la responsabilidad que los partidos de extrema derecha deben asumir a la hora de lanzar su discurso apocalíptico, xenófobo y anti-islamista.

Fuentes: BBC Mundo / CNN / La opinión de Málaga