El Nobel de la Paz de este año se ha concedido a tres mujeres en reconocimiento a su lucha pacífica contra la opresión marcada por regímenes autoritarios. Las tres heroínas galardonadas son Johnson-Sirleay, la primera mujer africana que ha ganado unas elecciones presidenciales en Liberia; Leymah Gbowee, responsable de la organización Women Peaze and Security Network Africa y la yemení Tawakul Karman, al frente de Mujeres Periodistas Sin Cadenas.
A sus 72 años, Johnson-Sirleaf lideró un movimiento pacifista clave para poner fin a la guerra en Liberia. Bajo el nombre de “La Dama de Hierro” ganó las elecciones en 2005 y se enfrenta a su reelección el próximo martes.
La ex trabajadora social Leymah Gbowee de 39 años se ha ganado el respeto y admiración tras años de lucha contra la violencia; mientras que Tawakul Karman (32 años) ha centrado su lucha en la liberación de los presos políticos en Yemen.
Revolución en la red Antes de la concesión del premio, se barajaron muchos nombres para el prestigioso Nobel de la Paz, destacando dos impulsoras de la revolución de la llamada “Primavera árabe”: Israa Abdel Fattah, impulsora fundamental en la revolución egipcia y la bloguera Lina Ben Mhenmi, voz en la red de las protestas en Túnez.
Israa Abdel Fattah (30 años), conocida como “La chica Facebook”, creó en 2008 una página de Facebook para apoyar la huelga de trabajadores de la ciudad industrial El-Mahalla El-Kubra. Gracias a esta página se generó un movimiento pacifista que Israa lideró hasta que fue encarcelada por dos semanas. Tras su liberación, declaró que no se involucraría en activismo político, pero tras las revueltas egipcias de este año, Israa se ha dedicado en cuerpo y alma a alzar la voz de los oprimidos por el régimen de Mubarak a través de Internet y la cadena de televisión Al-Jazeera.
Los tres años de activismo en la red de Lina Ben Mhenmi, bloguera tunecina de 27 años que sufrió un arresto domiciliario en su lucha por la democracia en su país, contribuyeron al éxito de las manifestaciones que acabaron con el dictador Ben Alí.
A través de Internet, gracias a herramientas como Facebook o Blogger, estas dos mujeres han demostrado que el pueblo puede unirse para acabar con la tiranía de un pueblo opresor. No han sido reconocidas con un Nobel, pero sus acciones han propiciado el cambio de rumbo de sus países hacia la democracia.
Son las 11 de la noche y estoy tan cansada que me tumbo en la cama, cierro los ojos y, sin más, empiezo a soñar. De repente, me encuentro en una casa antigua, enorme, más que una casa diría que es una mansión. Allí vive gente que conozco, pero no en la vida real, sino en mis sueños. Abro una ventana y, ante mí, veo un prado verde y unas cuantas vacas pastando en mitad de un día gris, qué mejor imagen de Inglaterra. Sin embargo, un nuevo elemento irrumpe en mi idílico paisaje. Se trata de un helicóptero, un pájaro de metal que se dirige, veloz, hacia mi ventana. No tengo tiempo para salir corriendo. El helicóptero se acerca y su ruido ensordecedor impide que oiga mis propios gritos…
Me despierto con el alivio de comprobar que se trata de un sueño.Rápidamente olvido los detalles de la pesadilla, aunque todavía resuena el zumbido del helicóptero en mi cabeza. Después de 15 minutos de zumbido me doy cuenta de que no es mi imaginación: un helicóptero está sobrevolando nuestro barrio. No sé si es por el sueño o por el helicóptero, pero ya no puedo quedarme dormida.
A la mañana siguiente me levanto con dolor de cabeza. Necesito un café. Bajo las escaleras hacia la cocina y cuando entro me doy cuenta de que la tele está encendida, a pesar de que no hay nadie que la vea. Me dispongo a apagarla, pero una sucesión imágenes me atrapa provocando que olvide hasta mi café: calles en llamas, encapuchados destrozando escaparates, chavales tirando botellas a un grupo de policías, una banda de jóvenes (blancos y negros) asaltando una tienda de productos electrónicos… Las imágenes se suceden y yo no puedo despegarme de la pantalla. Tres días después, sigo pendiente de la televisión:
Veo a David Cameron, primer ministro británico, con cara de pocos amigos diciendo que los disturbios nos han hecho ver lo peor de Inglaterra.
Escucho a otra mujer, con la misma cara de pocos amigos, quejándose de los recortes del presupuesto policial que fueron anunciados meses atrás por el gobierno británico.
Observo cómo decenas de policías huyen ante una avalancha de jóvenes furiosos que lanzan todo tipo objetos contra ellos.
Escucho la posibilidad de traer al ejército.
Veo a un anciano preguntándose por qué ha pasado todo esto, intentando descifrar los errores de un sistema que ha permitido que miles de jóvenes destrocen su comunidad.
Veo la foto de un negro, supuestamente asesinado por la policía, y motivo por el que empezaron las revueltas en las calles de Londres.
Escucho que los disturbios se han extendido a otras ciudades como Birmingham, Manchester, Liverpool o Bristol.
Observo cómo un par de jóvenes inicialmente ayudan a un herido desorientado para después robarle lo que tiene en la mochila.
Veo hindúes limpiando sus tiendas de alimentación, destrozadas tras las revueltas callejeras.
Escucho a un policía aconsejando a los padres que mantengan a sus adolescentes en casa durante la oleada de violencia.
Me entero de que otras tres personas han muerto por las revueltas en Birmingham.
Leo en la pantalla que más de 1000 personas han sido detenidas.
Escucho a otro policía decir que hace treinta años, Inglaterra se vio envuelta en una serie de disturbios que alzaron a la opinión pública la cuestión del racismo, pero que las revueltas de estos días son simple y llanamente actos criminales sin ningún tipo de justificación.
Escucho a un hombre visiblemente emocionado, gritando a la cámara que los disturbios significan la insurrección de las masas ante la diferencia abismal entre clases y el recorte de gastos sociales.
Veo a un joven encapuchado, dejando atrás un establecimiento saqueado, con una televisión de plasma entre sus brazos.
Escucho decenas de veces las expresiones “gang culture” (cultura de bandas) y “pérdida de valores” en una sociedad cada vez mas materialista dominada por el “eres lo que tienes”.
Apago la tele y salgo a la calle. Paseando por Bristol, intento sacar conclusiones de lo que he visto y escuchado, pero todo sigue confuso. Mis pensamientos giran como las aspas del helicóptero que no me dejaba dormir días atrás y, cuanto más consciente soy de que no entiendo nada, mayor es la sensación de tristeza que se apodera de mí. Siento pena, mucha pena por ver como cientos de jóvenes destrozan, roban y atacan sin el más mínimo atisbo de arrepentimiento o culpa. Siento pena por todos los que no pueden dar nada mejor de sí. Por ver a tanto joven desorientado, sin voz y sin futuro.
Mientras que la clase política británica, la élite formada en centros de renombre como Oxford o Cambridge, trata de descifrar qué esta pasando en su país, aquellos que han formado parte de las revueltas siguen pensando que no tienen nada que perder. Ignorados y ahora odiados, quizás es más de lo que ellos esperan de sí mismos.
Pocas veces Noruega ha protagonizado la primera línea informativa. Considerado como un país tranquilo, claro ejemplo de estado de bienestar, con una economía próspera y una tasa de desempleo de menos del 4%; Noruega se ha mantenido lejos de los titulares catastrofistas. Por eso, cuando el pasado 23 de julio nos enteramos de la explosión de un coche bomba en Oslo y un tiroteo en la isla de Utoya, muchos se sorprendieron y una pregunta se hizo inevitable ¿por qué Noruega?
El continuo bombardeo mediático acerca de la amenaza del terrorismo islámico y el ‘modus operandi’ del primer ataque (explosión de una bomba frente a un edificio gubernamental en pleno centro de Oslo) fueron más que suficientes para que aquellos con impaciencia para encontrar respuestas –entre los que yo me incluyo- rápidamente apuntaran a la yihad terrorista. Sin embargo, las dudas comenzaron cuando fuimos informados de la masacre que había ocurrido en la isla de Utoya, donde un grupo de jóvenes pertenecientes a las Juventudes Socialistas pasaban unos días en el tradicional campamento de verano del partido. Un individuo –de piel blanca, pelo rubio, ¿noruego?- había irrumpido en la isla para llevar a cabo un tiroteo indiscriminado que acabó con la vida de 69 personas, la mayoría jóvenes adolescentes. Junto con la explosión de Oslo, donde murieron 8 personas, la cifra alcanzó un total de 77 víctimas mortales.
Tras el arresto de Anders Behring Breivik, el individuo que llevó a cabo la doble masacre en Noruega, los interrogantes comenzaron a disiparse. El asesino, un noruego fanático de extrema derecha y anti-islamista de 32 años, dejaba a la yihad fuera de juego para poner en evidencia una nueva amenaza: el ascenso de la extrema derecha como nueva forma de terrorismo.
Si bien aun no se conoce la salud mental de Breivik, lo que está claro es que su plan fue elaborado
concienzudamente con el fin de efectuar una campaña de marketing para difundir sus ideas de extrema derecha. Su manifiesto –colgado en Internet y enviado masivamente vía email antes
de los atentados- lo explica todo: desde la justificación de los atentados basándose en una imaginaria invasión islamista de Europa hasta la preparación de las bombas, pasando por una entrevista hecha a sí mismo y un diario previo a los atentados. En este mismo manifiesto, el terrorista dice que no está solo en su peculiar cruzada contra el islam, lo que debería alertarnos ante la perspectiva de grupos organizados que comparten su odio por el islamismo, la inmigración y el conservadurismo cultural llevado al extremo.
El auge de los partidos xenófobos en Europa
La ideología plasmada en el macabro manifiesto escrito por el asesino toma su base en los partidos de extrema derecha, los cuales han proliferado en Europa en los últimos años. La rápida inmigración experimentada en los países económicamente desarrollados (algunos han cambiado su composición étnica con hasta un 30% de inmigrantes no occidentales) y la falta de políticas eficaces para su integración, han dado paso al miedo, la generación de conflictos y al rechazo del “multiculturalismo” como respuesta a los fuertes cambios demográficos.
La derecha radical europea ha encontrado su filón en este rechazo a la inmigración y, con un discurso nacionalista y populista, ha ido ganando cada vez más adeptos. Así, en Noruega, el Partido del Progreso (donde militó el autor confeso de la matanza) se convirtió en la segunda fuerza del país en 2009. En la vecina Suecia, la expulsión de los inmigrantes centra el discurso político del partido Democratas Suecos, cuya afiliación aumentó en 4.571 personas en 2010, lo que representa un aumento del 26% anual.
En Francia, el discurso anti-islam ha llevado al Frente Nacional de Le Pen a ocupar la tercera fuerza política del país. La “islamofobia” también ha ganado terreno en Holanda y encuentra su cobijo en el tercer grupo político con mayor representación del país, el partido de la Libertad. La derecha radical también constituye la tercera fuerza en Finlandia y Dinamarca.
Terrorismo de extrema derecha
Aunque todavía no se sabe si el terrorista actuó solo o no, sí está claro que ha encontrado cobertura ideología en los partidos de extrema derecha “institucional”, cada vez más visibles en Europa, y en otros grupos extraparlamentarios: los llamados grupos neonazis o bandas racistas. La diferencia básica entre ambos es que los primeros condenan la violencia mientras que los segundos ven en ella la vía para vencer a los “enemigos” inmigrantes. Estos grupos violentos no tienen representación institucional (puesto que precisamente tratan de destruir la democracia) y su tendencia a transformarse y disolverse hace difícil su rastreo. No obstante, el lado “radical” de la extrema derecha si está visible en Internet, en páginas web y foros de discusión donde comparten sus ideas xenófobas, anti-socialistas y paranoides en contra de todo gobierno democrático.
El acusado de la matanza en Noruega participaba frecuentemente en este tipo de plataformas y, tras su primera comparecencia ante la justicia, dijo que tenía cómplices y vínculos con dos células de su “organización”. ¿Significa esto que Breivik formaba parte de un grupo terrorista organizado? De momento, la policía descarta esta hipótesis y las últimas informaciones apuntan a que el asesino actuó de forma autónoma.
Que el terror sea infundado individualmente o bajo el cobijo de un grupo terrorista organizado, no cambia que este doble atentado en Noruega forme parte de un terrorismo de extrema derecha, el cual nos recuerda al tiroteo ocurrido el pasado 8 de enero en Arizona, cuando Jared Lee Loughner disparó contra una multitud congregada en un acto del partido demócrata, matando a 6 personas e hiriendo gravemente a mas de una decena, entre ellas, la congresista demócrata Gabrielle Griffords.
En lo que va de año hemos sido testigos de dos actos terroristas perpetrados por fanáticos que se alimentan de la ideología de la derecha más radical, ¿hará falta más terror para que se empiece a tomar conciencia del peligro que suponen? Al igual que la clase política y los medios de comunicación nos han alertado de la amenaza de Al Qaeda, ahora tienen una oportunidad de oro para denunciar esta nueva forma de terrorismoy fomentar el debate público sobre la responsabilidadque los partidos de extrema derecha deben asumir a la hora de lanzar su discurso apocalíptico, xenófobo y anti-islamista.
El escándalo protagonizado por el periódico sensacionalista News of the World parece sacado de una de sus páginas centrales, con titular en mayúsculas y a cinco columnas. Podría haber sido una de sus “jugosas” historias que acostumbraban ojear sus casi tres millones de lectores, ávidos de noticias morbosas. Corrupción, escuchas ilegales, políticos acorralados por la prensa y “amistades peligrosas”, qué gran historia. Pero no pudo ser. Esta vez le ha tocado ser objeto de titulares en otros periódicos y, tal es el escándalo en el que se ha visto envuelto que, tras 168 años en el mercado, News of the World ha echado el cierre.
La crisis del tabloide británico, perteneciente al imperio mediático dirigido por Rupert Murdoch, comenzó en 2005, cuando publicó una noticia sobre la lesión de rodilla del príncipe Guillermo de Inglaterra. Tras sospechar que los teléfonos móviles de la casa real habían sido interceptados, se llevó a cabo una investigación policial que reveló, además de las escuchas ilegales, el soborno a policías como prácticas “estrella” para obtener información. Dos años después, se depuraron responsabilidades: el corresponsal de casa real del diario y el detective que le conseguía información fueron encarcelados; mientras que el editor de News of the World, Andy Coulson, asumió su dimisión.
Los enemigos, mejor cerca
Al poco tiempo, Coulson fue contratado como jefe de prensa del partido conservador liderado por James Cameron. ¿Sorpresa? No del todo, a los enemigos es mejor tenerlos cerca. Tal vez por eso ni James Cameron, ni Gordon Brown se perdieron la boda de Rebekah Brooks -ex editora deNews of the World y The Sun- el mismo año de su ascenso a la cumbre directiva de News International, la división británica del conglomerado empresarial News Corporation que opera bajo la dirección de su fundador, Rupert Murdoch.
Ya en el poder, Cameron fue fotografiado con su mujer acudiendo a una cena íntima en casa de Rebekah Brooks en vísperas de Navidad y, a no ser por el reciente escándalo de las escuchas, la presencia del primer ministro británico estaba más que asegurada en la ya tradicional fiesta de verano organizada por News International. Las muestras de amistad eran evidentes, como también lo es la relación de intereses entre el poder político (Cameron) y la prensa (Brooks). No en vano los tabloides sensacionalistas de Murdoch en Reino Unido -el ya desaparecido News of the World y The Sun- no solo aportan jugosos cotilleos y rumores, también actúan como autenticas campañas políticas a favor del candidato que mejor se ajuste a los intereses del imperio. Un claro ejemplo fue la campaña lanzada por parte de The Sun contra el laborista Neil Kinnock en 1992, que perdió contra todo pronóstico a favor de los conservadores.
El principio del fin de ‘News of the World’
Tras las encarcelaciones y las dimisiones correspondientes en 2005, todo parecía haber vuelto a la calma. Sin embargo, dos años después el diario The Guardian volvió a la carga con el asunto y fue desvelando los políticos y famosos que fueron víctimas de las escuchas ilegales durante la época en la que Coulson fue editor de News of the World. Hasta ese momento los británicos no parecían muy escandalizados, al fin y al cabo se trataba de personajes públicos y cada vez resulta más difícil discernir entre su faceta pública y privada.
El parlamento británico fue menos permisivo y en septiembre de 2010 presionó para que la policía iniciara una investigación policial sobre las escuchas ilegales. Esta operación pudo con el jefe de prensa del ya primer ministro británico Cameron y a Coulson no le quedó otra más que dimitir. Por otro lado, el tabloide sensacionalista despidió a un alto cargo en su intento de limpiar su imagen como podía.
Sin embargo, el bombazo que hizo estallar al News of the World en mil pedazos llegó este mes, cuando The Guardian reveló que entre los teléfonos pinchados figuraba el de Milly Dowler, una chica de 13 años que fue secuestrada en 2002 y que había sido asesinada en las mismas fechas en las que el diario espiaba el buzón de voz de su teléfono móvil. El periódico no solo se hizo con los mensajes de voz de forma ilegal, además borró algunos de los mensajes para que entrasen nuevos, lo que, por un lado, dio falsas esperanzas a la familia de la niña ya por entonces asesinada y, por otro, supuso la destrucción de pruebas que podrían haber sido vitales para la policía.
La publicación de esta información supondría el principio del fin de News of the World. Sus lectores no perdonaron la falta de escrúpulos del periódico por lo que éste perdió credibilidad y publicidad, pilares básicos del periodismo y la empresa periodística, respectivamente. El desastre se manifestó en una importante caída del valor de las acciones de News Corporation y la pérdida de 33 grandes anunciantes. El barco se hundía. Para colmo la oferta de adquisición por parte del imperio Murdoch de la totalidad de British Sky Broadcasting (el mayor proveedor de televisión de pago en Reino Unido del que News Corporation ya posee el 39% de sus acciones) peligraba con el estallido del escándalo. ¿Qué hacer?
Bien, retirar el periódico del mercado ha supuesto la solución más rápida. Una emotiva portada -“Gracias y adiós”- y una tirada doble de cinco millones de ejemplares cuyos beneficios, cómo no, se han destinado a organizaciones benéficas, completaría la jugada.
Los tres mosqueteros del imperio News Corporation -el propio Murdoch, su hijo y futuro sucesor James Murdoch y Rebekah Brooks- han sido citados en la investigación de las escuchas. De sus declaraciones, se induce que su estrategia es negar el conocimiento de lo que pasaba en el periódico hasta que se demuestre lo contrario. Aparte de la dimisión de Rebekah Brooks como directora de News International y la retirada de la oferta de compra de la totalidad de BSkyB, no parece que el terremoto que sacude a Murdoch se lleve por delante a su imperio. No hay que extrañarse, por algo “citizen” Murdoch es el magnate mediático más poderoso del mundo.
Si un país cuenta con grandes reservas petrolíferas, tierras de cultivo y una posición geopolítica privilegiada, lo lógico sería pensar que se trata de un país rico, con una economía consolidada debido a la explotación de sus recursos naturales. Sin embargo, no es ninguna novedad comprobar que muchospaíses con un gran potencial económico son víctimas de la avaricia, intolerancia y egoísmo del hombre. Es el caso de Sudán.
Durante 50 años luchó contra el poder egipcio y británico colonial y desde su independencia en 1956 ha sufrido dos largas guerras civiles donde más de 2 millones de personas perdieron la vida en un conflicto motivado, además de por razones económicas, por problemas étnicos y religiosos.
El pasado 9 de julio, Sudán volvió a ser noticia. Esta vez no por sus conflictos bélicos o la miseria de su población, sino por la independencia de la zona sur del país y la consiguiente creación de un nuevo estado: Sudán del Sur.
La secesión ha dibujado, así, un nuevo mapa del país. Al norte, queda un Sudán más pequeño con capital en Jartum y una población dominada por árabes egipcios y africanos negros arabizados. En la zona meridional, el recién estrenado país Sudán del Sur, con capital en Juba, donde vive una mayoría de africanos negros no árabes.
Décadas de lucha y represión islámica
La independencia de Sudán del Sur ha sido el resultado de un largo camino que vio sus frutos tras el proceso de paz iniciado en 2005, que ponía fin a la guerra civil más prolongada y sangrienta de África.
El conflicto bélico estalló en 1983, el mismo año en el que el presidente de entonces, Numeiri, introdujo la ley Sharia con el objetivo de imponer la doctrina islámica. El descontento popular se hizo evidente ya que en Sudán conviven diversos grupos étnicos y religiosos, destacando los sunís musulmanes que constituyen el 70% de la población, los africanos animistas con un 25% y cristianos, 5%. A este descontento hay que sumar las desigualdades creadas durante el colonialismo, ya que las inversiones se inyectaron en la zona norte olvidando la sur, lo que dejó una herencia de desigualdades que a partir de entonces no se ha superado.
Tras décadas de lucha por parte de grupos ‘rebeldes’ no musulmanes contra el poder musulmán, y bajo la presión diplomática de EEUU, Europa, África y China; el gobierno dio el visto bueno al referéndum celebrado el pasado mes de enero donde un 99% de la población votó a favor de la independencia del sur de Sudán. La guerra había sido demasiado larga y devastadora: más de un millón de muertos, una deuda externa de 38 billones de dólares por la compra de armas y un conflicto paralelo en Darfur, que aun sigue en curso, causado por motivos raciales. El conflicto en Darfur es especialmente sangriento: violaciones como arma de guerra, torturas, 400.000 víctimas y miles de refugiados adentrados en la vecina Chad constituyen horribles ejemplos de una brutalidad denunciada por la ONU y por la que el presidente Al Bashir ha sido acusado de crímenes de guerra, contra la humanidad y genocidio.
Tras la independencia continúa el horror
A pesar del importante paso para su autogestión, la independencia de la zona sur de Sudán no ha resuelto todos los problemas. En primer lugar, aun no hay acuerdos con respecto al petróleo (localizado en la zona sur pero transportado a través de un oleoducto hacia el norte) o la división de fronteras en puntos “calientes” como la región limítrofe de Abyei, una zona rica en petróleo anexionada por el norte en mayo aunque la mayoría de sus habitantes están aliados con el sur.
Según la revista Time, el resultado de la secesión ha sido la creación de dos estados débiles y más conflicto. Tras la independencia, el gobierno de Jartum (norte de Sudán) está llevando a cabo una campaña de terror para forzar a los rebeldes y civiles no musulmanes su huida al país del sur. Los rebeldes y bolsas de población “no deseadas” en zonas como montañas de Nuba o Kordofan del Sur (también rica en petróleo), están siendo el objetivo de ataques aéreos indiscriminados que bien podrían definirse como crímenes contra la humanidad.
En Sudán del Sur las cosas no están mejor. La lucha por la explotación de recursos petrolíferos no solo se manifiesta ente el norte y el sur, sino también entre milicias armadas y los Dinkas, que conforman el mayor grupo étnico de la zona. Las milicias están asentadas en zonas ricas en petróleo y denuncian al nuevo gobierno del sur (representado por el partido SPLM) que son dominados injustamente por los Dinkas.
A este conflicto de intereses hay que añadir la corrupción, la concentración del poder político en el gobierno central y el control de más de la mitad de la economía por parte de su brazo armado, el SPLA. La falta de recursos se traduce en un 85% de la población analfabeta y un 90% de la población que vive con menos de un dólar al día.
Son tantos los problemas que lastran a Sudán que es fácil perder las esperanzas en un futuro sin violencia ni miseria.Sin embargo, hay que reconocer que la independencia es al menos un símbolo, algo a lo que acogerse tras tantos años de lucha, represión y muertes que, previsiblemente,aún están lejos de quedar en el recuerdo.
¿Quién no ha soñado alguna vez con unas vacaciones en Tailandia? Un destino que ofrece hoteles de primera categoría a un precio más que competente, playas paradisiacas, una amplia oferta de actividades y fiestas conocidas mundialmente… Taliandia vive del turismo pero, ¿a qué precio? El documental emitido por la BBC ‘Thailand: Tourism and the Truth’, presentado por la popular Stacey Dooley, trata de dar respuesta a este interrogante.
Tras aterrizar en Pucket, la presentadora se instala en uno de los numerosos hoteles de la isla, donde disfruta de un alojamiento de altas prestaciones por tan solo 30£ por noche. Piscinas gigantes, habitaciones de lujo, buffets interminables y cócteles tropicales crean un escenario de ensueño que, desafortunadamente, se acaba donde empieza el día a día de los trabajadores del hotel. El personal suele trabajar unas 8 horas al dia, 6 dias por semana. Las limpiadoras de habitaciones ganan unas 4.5£ al día, lo que supone, más o menos 80£ por encima del salario mínimo legal. Aunque el hotel proporciona alojamiento en una habitación compartida, comida y transporte a los trabajadores, el personal sobrevive a duras penas, puesto que normalmente con un salario se mantiene a familias enteras.
A pesar del crecimiento económico experimentado en Tailandia, existen enormes desigualdades económicas entre las zonas urbanas y rurales, por lo que se manifiesta un importante éxodo rural a aquellas áreas potenciadas por el turismo. Muchas de las personas que deciden emigrar para encontrar un trabajo en el sector turístico dejan familias enteras en otras provincias a las que envían gran parte de su salario. En el caso de las limpiadoras de hotel, la mayoría son madres que pueden pasar hasta dos años sin ver a sus familias.
Algunos trabajadores que ganan algo más que las limpiadoras, se pueden permitir el alquiler de una residencia fuera del hotel, principalmente para disponer de más libertad ya que las visitas en las habitaciones que proporciona el hotel a sus empleados están prohibidas. El problema es que debido al turismo masivo, los alquileres de las casas del centro han subido hasta tal punto que son impagables para los tailandeses, por lo que se ven resignados a alquilar propiedades (más cerca de ser chabolas que viviendas) alejadas del centro y cuyas condiciones de salubridad están muy por debajo de los mínimos. Ratas, cucarachas, calles sin pavimento… es la otra cara de la moneda al turismo de lujo a precios de ganga.
Los turistas se apoderan de la isla
Mas de 3 millones de turistas que provienen de todos los rincones del planeta visitan la isla de Pucket cada año, lo que supone casi 10 turistas por habitante. Con estas cifras, es fácil darse cuenta hasta qué punto los turistas se apoderan de la pequeña isla de Pucket.
Para acomodar a tanto turista, los inversores han visto un filón en las playas de la isla, donde se están construyendo hoteles en zonas tradicionalmente habitadas por comunidades locales. El documental muestra el caso de una comunidad de pescadores que llegaron de China hace 400 años pero cuyo desconocimiento de las leyes de la tierra y la falta de derechos están provocando la amenaza de su existencia. Puesto que los inversores se han hecho dueños de la playa donde solían vivir, los pescadores se han visto obligados a establecerse en un pequeño reducto de la playa, en unas condiciones extremas.
Otro caso significativo que recoge el documental es el de la popular fiesta de la Luna Llena, que se celebra todos los meses en Ko Phangan y que da lugar a una autentica invasión turística de jóvenes en su mayoría ávidos de fiesta, alcohol y música tecno: unas 30.000 personas se “apoderan” de la isla en los meses de temporada alta.
Puesto que los centros médicos se encuentran alejados de la playa y no hay medios suficientes para atender a todos los turistas, muchos habitantes autóctonos trabajan como voluntarios para ayudar a turistas ebrios que necesitan atención médica. A pesar de los esfuerzos, los medios de la pequeña isla siguen siendo insuficientes y ya no es una novedad que todos los años mueran turistas en las celebraciones de la fiesta de la Luna Llena.
Es difícil quedar indiferente tras el visionado del documental ‘Choosing to die’ (‘Eligiendo morir’), emitido en la BBC el pasado 13 de junio. Lo es no solo porque incita a un polémico debate, sino por sus últimos minutos, donde se muestra el suicidio asistido de Peter Smedley, un hotelero británico multimillonario de 71 años afectado de una dolencia neuronal motora.
Ante nuestros ojos, y por voluntad expresa, Peter bebe la sustancia letal que le sumirá en un profundo sueño para después morir. Lo hace sin dudar, sin que le tiemble el pulso. Sus últimas palabras tras la pregunta de la asistente antes de dar el trago mortal fueron “estoy seguro”. Después vendría la despedida de los testigos de su muerte y un mensaje para su esposa: “se fuerte cariño”. Los momentos más incómodos fueron justo antes de caer dormido, cuando pidió beber agua ante la calmada negativa de la asistente. Esos segundos probablemente causaron un nudo en la garganta a su mujer, un nudo que se desató en forma de lágrimas tras darse cuenta de que su marido emitía suaves ronquidos y que ya nunca más despertaría de su sueño.
Así fue el final elegido por Peter Smedley, cuya enfermedad no se encontraba en fase terminal, aunque ya se podía intuir su pérdida de independencia. Tal vez este fue el motivo que le llevó a la clínica suiza Dignitas para poner fin a su vida, una decisión que tomó, según sus palabras, sin estar deprimido, aunque con sentimientos encontrados.
Durante 12 años, Dignitas ha ayudado a mas de 1.ooo personas a morir. Los suicidios asistidos se llevan a cabo en una residencia proporcionada por la organización y bajo la supervisión de asistentes que se encargan de facilitar los fármacos, aconsejar sobre su ingesta y prestar apoyo psicológico y compañía en los últimos momentos del paciente, quien debe consumir la droga por sus propios medios para morir dentro de la legalidad. La ley suiza no castiga ni persigue el hecho de proveer a los enfermos sustancias que pongan fin a sus días, siempre que el paciente esté lúcido, exprese su demanda reiteradamente y pueda consumir la sustancia letal por sí mismo.
El vacío legal que ampara el suicidio asistido en Suiza ha provocado que muchos enfermos que viven en países donde está prohibido, como España y Reino Unido, decidan viajar a este país para solicitar los servicios de Dignitas. Los pacientes, así, tienen la opción a morir de forma legal, claro que ayudar a morir no sale barato: la cifra ronda entre las 10.000 libras. Según la organización Dignitas este dinero es necesario para pagar los análisis forenses y el posterior entierro o cremación del cadáver.
Desamparo legal
A pesar de las muchas críticas que ha recibido la BBC por emitir el documental, como la del portavoz de la organización Care Not Killing (Cuidar, No Matar) Alistair Thompson que denunció a la BBC por “emitir mera propaganda fácil del suicidio asistido”; el tema principal del documental no trata de “glorificar el suicidio”, como critica el obispo anglicano Michael Nazir Ali, sino mas bien condenar una situación de desamparo legal para aquellos que deciden que su vida no es digna de ser vivida y, por lo tanto, quieren morir. La falta de legalidad en sus países, obliga a estas personas a contratar los caros servicios de determinadas organizaciones y morir en otro país, lejos de sus casas, en una residencia impersonal como la elegida por Smedley, ubicada en una zona industrial cerca de Zúrich. El criticado documental “pone de manifiesto que Dignitas no es una opción ideal, preferiríamos que se tuviese la oportunidad de morir en el hogar o como se elija”, comenta una portavoz de una organización británica a favor del derecho a una muerte digna.
Precisamente la opción del enfermo a tener la última palabra sobre su muerte, es el argumento a favor de aquellos que exigen protección legal tanto para el enfermo como para el personal médico que lo trata. En España, las practicas eutanásicas (el suministro fármacos letales a un enfermo terminal) y el suicidio asistido (la facilitación de sustancias para que sea el enfermo quien acabe con su vida) son ilegales.
A pesar de que el Gobierno español ha anunciado recientemente su proyecto para aprobar una ley de muerte digna, todavía queda mucho camino por recorrer para su regulación. La Iglesia sigue constituyendo un grupo de presión contrario a estas prácticas ya que, para la institución religiosa, la vida es un bien superior que pertenece a Dios. Otros sectores conservadores se muestran reticentes puesto que temen que la muerte inducida se practique en personas vulnerables.
Debido a la falta de regularización, en nuestro país se practica la eutanasia o ayuda al suicidio en clandestinidad. Como se indica en un reportaje de El País publicado en 2005, la forma más común implica el suministro de fármacos a enfermos terminales para acortar su vida en días o semanas. Según una encuesta del CIS realizada a 1.900 médicos en 2002, el 27,3% de los facultativos había recibido alguna vez la petición de administrar fármacos para acelerar o causar la muerte de un paciente. En otra encuesta de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) realizada en 2000, el 21% reconocía que en España se practican suicidios asistidos y eutanasias a pesar de estar prohibidos.
Aunque en España están garantizados los cuidados paliativos para todo aquel paciente que los requiera, el 84,6% de los médicos encuestados por el CIS considera que éstos no resuelven todos los casos. Así, la minoría de pacientes que solicita morir de forma digna queda desamparada por la ley, por lo que solo le queda la alternativa de acabar con su vida en la clandestinidad o en una fría residencia como la de Dignitas, lejos de su hogar.